La concepción de las drogas ilegales está cambiando al rededor del mundo. Las políticas de despenalización de la marihuana adoptadas por Holanda hace unos años, han sido replicadas poco a poco por otros países. En 2001, Portugal eliminó las sanciones criminales sobre los consumidores de cualquier tipo de droga y tan sólo hace unos días por medio del voto popular los estados de Washington y Colorado han despenalizado el consumo de marihuana. Además, en la última cumbre de las Américas el presidente de Guatemala, Otto Pérez y el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos han incluido la necesidad de repensar la manera en la que se está llevando la guerra contra las drogas en la agenda regional, rompiendo el tabú que rodeaba este tema en la esfera política americana y global.
Iniciativas cómo la propuesta por la Drug Policy Allience, de la cual hacen parte los expresidentes César Gaviria de Colombia, Enrique Cardoso de Brasil, Ernesto Zedillo de México y Ruth Dryfuss de Suiza, al igual que importantes industriales como Richard Branson y artistas como Yoko Ono y Sting también son evidencia de este cambio. Estas personalidades han reconocido el fracaso de la guerra contra las drogas y los exmandatarios particularmente han aceptado los errores de las políticas que algunos de ellos adoptaron y apoyaron en sus años de gobierno. (Vale la pena recordar que Gaviria enfrentó en los años noventa al Cartel de Medellín y que Cardoso fortaleció la guerra contra las drogas en Brasil.) A estas voces se suma la de Bill Clinton quien en su administración inició el Plan Colombia como estrategia para eliminar la producción y tráfico de cocaína hacia los Estados Unidos, al manifestar que la forma en la que se enfrenta el problema de las drogas debe repensarse.
A pesar de los beneficios que han demostrado las políticas en Portugal y Holanda, a las cuales se les unirá Uruguay en el año de 2013; las manifestaciones populares; las investigaciones que demuestran que la acción bélica para contrarrestar el cultivo, producción, distribución y consumo de estupefacientes ha causado más daño que el “peligro” que pretende solucionar; esta guerra, cómo el dinosaurio de Monterroso, sigue allí.
La guerra global contra las drogas: Una iniciativa internacional
Desde su nacimiento en 1912 la guerra contra las drogas tiene un carácter trasnacional y global. El primer tratado internacional que limitaba y restringía el comercio de opio fue adoptado entre Gran Bretaña, Alemania, Estados Unidos, Francia y China como reacción inmediata a la pérdida del control de las superpotencias sobre sus colonias orientales. Diez años después la Liga de las Naciones adoptó este convenio trasformando la voluntad de unos cuantos países contratantes en la que habría de regir al mundo a futuro.
Naciones Unidas en 1961 continuó la prohibición sobre el comercio de drogas propuesta por la Liga de las Naciones al adoptar la Convención Única sobre Estupefacientes. A esta convención la siguieron la Convención de Sustancias Sicotrópicas de 1971 y la Convención contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Sicotrópicas de 1988. De esta manera los Estados, “consientes de prevenir y combatir” el mal que causan las drogas se comprometieron a aunar esfuerzos para eliminarlas. Convencidos de que el comercio de estos bienes ilegales tiene el potencial de socavar las economías lícitas, amenazar la estabilidad, la seguridad y la soberanía de los Estados, instaron a tomar las medidas necesarias para su eliminación. Las adoptadas han sido principalmente bélicas y trasnacionales.
En 1999 el gobierno de los Estados Unidos acordó con el gobierno colombiano una estrategia de acción para enfrentar el tráfico de narcóticos conocido como el Plan Colombia. Este Plan consistía en el apoyo internacional – principalmente proveniente de EEUU y la Unión Europea – al gobierno colombiano para combatir las guerrillas y a los narcotraficantes. Al rededor del 80% de los recursos se destinaron a las fuerzas militares y de policía. El balance presentado por el gobierno colombiano muestra como el pie de fuerza de soldados profesionales aumentó en un 126% entre
1999 y 2006 y el gastó en defensa y seguridad pasó de representar un 3.5% a un 4.3% del PIB entre 1998 y 2005. A pesar de los miles de millones de dólares invertidos en esta iniciativa los cultivos de coca en Colombia crecieron. En los años 90 los cultivos de esta planta se encontraban en 8 departamentos, hoy es posible hallarlos en 24.
México por su parte en 2008 tomó un camino similar al acordarse la Iniciativa Mérida. Esta iniciativa permitió al presidente Calderón gastar más de mil millones de dólares en la lucha contra los carteles de la droga. Más de 15.000 efectivos de la policía y el ejercito se encuentran combatiendo a los grupos narcotraficantes, sin dar los frutos esperados; desatando la violencia, repitiéndose la experiencia colombiana. Las 61 víctimas en el Casino Royal en Monterrey el 26 de agosto de 2011 a causa de un ajuste de cuentas son evidencia de la escalada de violencia y terror sin precedentes que infunden los cárteles de la droga.
Afganistán también se encuentra en medio de esta acción armada. La presencia de las tropas de la colación en este territorio, para muchos, se debe únicamente a los atentados terroristas a las torres gemelas en Nueva York el 11 de septiembre de 2001; desconociendo que tras la invasión también se encuentra la erradicación de los cultivos de amapola presentes en este país y principal fuente de financiamiento de los grupos talibanes.
Tres semanas después del ataque al World Trade Center, el entonces Primer Ministro Británico Tony Blair declaró que erradicar los cultivos de amapola en la región era una de las principales razones para iniciar la guerra. Tan sólo el Reino Unido en los últimos diez años ha invertido más de 22 billones de libras en este propósito sin mayores resultados. Naciones Unidas en 2011 reveló que aproximadamente el 15% del producto interno bruto de Afganistán proviene del comercio ilegal de drogas.
Una mirada global de la guerra contra el tráfico de narcóticos arroja resultados abrumadores. Más de cien mil millones de dólares son destinados anualmente en ésta guerra; lo que presume un estimado de 2.5 trillones de dólares invertidos al rededor del mundo desde su inicio. Si a este número se suman las campañas enfocadas en crear estigmas sobre las drogas y sus usuarios, la cantidad de recursos invertidos en este problema han de llegar a ser astronómicos.
El comercio ilegal de drogas: Ganancias para los traficantes, pérdidas para las personas.
La guerra que pretendía lograr una mayor estabilidad y seguridad mundial ha generado consecuencias no deseadas, según lo reconoce Agencia de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC). Algunas de estas son: La aparición de diferentes grupos criminales, la creación y desplazamiento del tráfico y cultivo de estupefacientes a nuevas áreas generando un efecto burbuja en esta economía ilegal, la desviación de recursos hacia las fuerzas militares, la aparición de nuevos fármacos y la marginalización de los consumidores.
A estas consecuencias se le deben sumar las muertes que han causado los carteles ilegales de drogas en México, Centro América, Colombia y los países asiáticos, el subdesarrollo de estas zonas y la infiltración de los grupos criminales en la esfera política. Desde 2006 cerca de 50.000 mexicanos han muerto a manos de los carteles de las drogas. En Colombia las pérdidas humanas son prácticamente incalculables, pues este país ha sufrido el flagelo de los grupos narcotraficantes desde la bonanza marimbera de los años 80, pasando por los años del terror de los carteles de Medellín y Cali, hasta el día de hoy en el que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC – EP) encuentran en este comercio la fuente de financiación para sus actividades criminales. Las pandillas y grupos organizados como “Las Maras” azotan Centro América controlando el negocio del narcotráfico incluso desde las cárceles.
Los consumidores también son víctimas de esta guerra. Desde que los Estados Unidos declaró, bajo la administración del presidente Nixon, a las drogas como el enemigo número uno de los americanos, las cárceles de este país se encuentran llenas de personas condenadas por crímenes relacionados con el consumo, venta o posesión de drogas. En el informe Prisioners in 2004, el Departamento de Estado de los Estados Unidos reveló que el 21% de los presos en las cárceles estatales y el 55% de los internos de las cárceles federales, se encuentran condenados por delitos relacionados con la venta o consumo de drogas. Al rededor de un cuarto de estos son criminales no violentos.
El comercio de drogas es una industria global – las redes de éste se extienden desde los países productores latinoamericanos, asiáticos o africanos hacia los países consumidores de Europa y el norte de América – por lo que se beneficia del encogimiento del tiempo y el espacio, la desaparición virtual de las fronteras y la unión de las personas de una forma más intensa, más profunda e inmediata. Las estadísticas reportadas por la Agencia de Naciones Unidas Contra las Drogas y el Delito en 2012, muestran cómo los productos derivados de cultivos ilícitos han incrementado su valor en los últimos cinco años tanto al pie de la plantación como en las calles. A su vez, más del 50% de las ganancias de los grupos ilegales provienen de este tipo de comercio. Estos datos no deben sorprender a nadie, pues las Naciones Unidas en 2005 calculó que los grupos dedicados al tráfico ilícito de estupefacientes generaron ganancias cercanas a 320 mil millones de dólares al año.
Globalización y tráfico ilícito: la conexión criminal o la solución al problema
El tráfico de drogas se ha beneficiado de los principales instrumentos de la globalización. Las comunicaciones instantáneas permiten evadir fácilmente a las autoridades, las trasferencias electrónicas facilitan el lavado de dinero y el Internet ha permitido en muchos casos la obtención de información confidencial por parte de los grupos criminales. Al incrementarse las relaciones comerciales al rededor del mundo, los traficantes de estupefacientes han encontrado en el comercio legal la coartada perfecta para transportar sus mercancías. La globalización juega a favor de los delincuentes.
Antonio María Costa, Director de UNODC en 2010 reconoció esta relación al admitir que las redes criminales globales y trasnacionales se han convertido en una de las primeras potencias económicas y militares. Las acciones locales en contra de los criminales globales no son suficientes. Ante una amenaza global las fronteras deben ser permeables, las acciones de policía deben ser coordinadas transnacionalmente. El mundo digital facilita la entrada de los frutos de los mercados ilícitos en la economía legal dificultando la persecución de los narcotraficantes.
La globalización y el narcotráfico se constituyen como dos fuerzas que se alimentan conjuntamente, estrechando sus vínculos día a día. La guerra contra las drogas ha generado conexiones interestatales y globales para contrarrestar su flexibilidad y constante mutación. Es el eje de las relaciones internacionales de muchos países que por medio de la armonización de las legislaciones nacionales, los tratados bilaterales o multilaterales en torno al tema, han estrechado sus vínculos. Es pertinente preguntarse si el narcotráfico y la guerra que se libra contra este ha sido un motor del proceso globalizador, un agente que ha facilitado la integración internacional al presentarse como el enemigo común mundial.
Por otra parte, los movimientos locales como el portugués, el holandés y el uruguayo, al igual que las investigaciones que abogan por la descriminalización de las drogas se benefician también de los efectos de la globalización. Sus ideas y alternativas gracias a las nuevas tecnologías se distribuyen rápidamente haciendo que estas tengan más seguidores a nivel mundial. La organización Avaaz, la cual utiliza las herramientas virtuales para difundir sus campañas, logró reunir más de medio millón de firmas para sustentar su petición a las Naciones Unidas para frenar la guerra contra el tráfico de estupefacientes.
Todo parece indicar que la guerra contra las drogas encontrará su fin, cualquiera que este sea, en el mismo proceso global que la engendró. Sólo queda esperar que este sea pacífico y que los gobernantes actuales escuchen los arrepentimientos de sus antecesores.