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Coca, Cocaína, Colombia, Diálogos, Drogas, Guerra, Legalización, Marihuana, Oslo, Paz, Proceso de paz
Los diálogos que inician en Oslo a puerta cerrada son tal vez el momento de lograr acuerdos para llegar a la paz en Colombia. Los representantes del gobierno y de la guerrilla de las FARC van a discutir una agenda de cinco puntos que comprende:
1. Política de desarrollo agrario integral.
2. Participación Política.
3. Fin del conflicto.
4. Solución al problema de las drogas ilícitas.
5. Víctimas y verdad.
Estos puntos cruciales, son abordados tanto por la guerrilla como el gobierno de diferentes maneras. Sin embargo en uno de ellos existe una posición más cercana entre las dos partes: la solución al problema de las drogas ilícitas. Tanto el presidente Santos en los discursos pronunciados en meses pasados, cómo las FARC en su comunicado de 2000 se encuentran a favor de la legalización de las drogas. Es punto de convergencia debería aprovecharse de manera significativa durante los diálogos. ¿Por qué no basar las negociaciones sobre los puntos en los que las partes están de acuerdo?; ¿Por qué no sacar provecho de esta fortaleza en el diálogo?
Si los negociadores en Oslo se dan cuenta de la importancia de la legalización de las drogas para lograr la culminación de todas las guerras; la que se libra contra las drogas, la que se lucha contra las FARC y no sólo esta última, el país podrá disfrutar la ansiada paz.
El fin de la prohibición sobre el comercio de drogas debe ser la base de la paz en Colombia, la cual espero se esparza por todos los países que sufren la guerra contra el narcotráfico. Al acabarse la prohibición del cultivo, procesamiento y distribución de drogas; la marihuana y la cocaína que se producen en el país pasan de ser un producto peligroso, a ser uno cuyo valor es incalculable.
En primer lugar, siguiendo los puntos propuestos por la agenda de Oslo, al permitirse el libre comercio de drogas el país encontraría en la coca y la marihuana y sus derivados, productos propulsores del desarrollo agrario. Es más, el conocimiento que tienen los campesinos de las zonas cocaleras, al igual que el que poseen los guerrilleros que se han visto involucrados en este comercio ilegal puede ser utilizado para proveer de manera trasparente a los consumidores de drogas alrededor del mundo. Al ser la coca un producto cuyo monopolio lo ostentan tan sólo 4 países, esta planta se presenta como un bien de comercio provechoso. Además, ¿si aprovechamos la fama de nuestro café a nivel mundial (un estimulante entre muchos), porque no hacer lo mismo con la cocaína?
En segundo lugar, la participación política es una decisión que recae en las personas. En un país en el que las drogas representan un valor, en cambio de un peligro, las personas podrán ejercer de manera libre y sin miedo sus libertades y derechos, siendo uno de estos el voto. Persistir en la guerra contra las drogas, es continuar un conflicto en contra de los individuos, su autodeterminación y libre expresión. Es perpetuar los castigos a quienes ejercen un derecho más básico que el del voto. En un sistema que niega las libertades fundamentales, la representación en el aparato político no tiene ningún sentido.
En tercer lugar, un país en el que los guerrilleros desmovilizados encontrarían un campo productivo, presenta muchas más oportunidades de trabajo, de inclusión. La vida en el monte, la vida alzada en armas se cambiaría por la cultura campesina, por la siembra de la tierra. Si la paz con las FARC llegase sin el fin de la guerra contra las drogas, tan sólo se lograría que el monstruo cambiara su cara. Los planes que adelanta el gobierno en prevención del reclutamiento de niños por grupos armados al margen de la ley, mutarían en unos encaminados a la prevención de la vinculación en grupos narcotraficantes, entre muchos otros que cambiarían su nombre para adaptarse a una nueva, pero igualmente violenta realidad. Las acciones militares y policiales en contra de los laboratorios de procesamiento de las FARC, se transformarían en la persecución de aquellos que intentan sacarle provecho a uno de los regalos que la naturaleza le ha dado los hombres y estos se han encargado de convertir en maldición.
En último lugar, la verdad debe ser contemplada de manera total. Hemos luchado una guerra contra las FARC y contra las drogas ambas, estrechamente enlazadas, han dejado víctimas por igual. Se debe reconocer la falsa conciencia que ha satanizado, entre otros narcóticos, a la cocaína, la heroína y la marihuana; se debe aceptar que la prohibición de las drogas impulsó, recrudeció y fortaleció el conflicto armado. Esta verdad debe ser acompañada con la no repetición de los actos atroces, para lo cual se deben acabar todas las guerras declaradas en Colombia. Por otra parte, la legalidad de las drogas y el fin del conflicto con las FARC daría múltiples réditos al país que podrían destinarse con fines de reparación. Los recursos que hoy en día se destinan al conflicto en diferentes programas que van desde la fumigación de los cultivos con el venenoso glifosato, hasta los planes de prevención en el riesgo de minas antipersona pueden ser encaminados en la reparación de las víctimas de esta guerra sin sentido. Así, el proceso de verdad, justicia y reparación, iniciará reconociendo todos los conflictos que dejaron innumerables destrozos y en un país lleno de oportunidades derivadas de un cambio de paradigma. De una sociedad basada en la violencia y en la prohibición, revolucionariamos a una fundamentada en la paz y la libertad.